Ojitos puros, diáfanos como el agua,
inocentes, vulnerables,
ojitos que buscan y encuentran a otro ser haciendo ¡click!;
ojitos que necesitan, piden y desean connaturalidad,
que hablan libres, que disfrutan y se sorprenden
gratamente,
ojitos que se asustan y lloran;
ojitos traviesos, que se esconden, que saltan por las nubes,
ojitos que se dan cuenta, curiosos,
rebeldes y respondones, que exigen, que cuestionan;
ojitos que aprenden y aprehenden, enérgicos y dormilones,
que aman con todo y más, que agradecen,
que lanzan y arrancan carcajadas;
ojitos expertos negociadores,
ojitos que enseñan, que iluminan senderos
maravillosos, producen energía y desarrollan el temple, que
estimulan el cambio y muestran el arcoíris luego de la
tempestad;
ojitos que rebelan el corazón de los padres
y engrandecen el propio corazón;
ojitos que desarrollan las garras para defender,
la delicadeza para tocar y el carácter para disciplinar;
ojitos que van abriéndose, desarrollándo-se, eligiendo,
equivocándo-se, descubriendo, observándo-nos
ojitos que juzgan y señalan,
que piden y conceden perdón;
ojitos que son señales de que Dios nos ama;
Ojitos que irán convirtiéndo-se en ojos de un hombre
mientras estaremos allí a su lado.
[De la mano de Dios]
Gabriela Mayora
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